Durante la noche del 10 al 11 de junio de 2007, un colosal estallido de rayos gamma hizo reaccionar los delicados instrumentos del satélite Swift, el observatorio espacial de la NASA especialmente diseñado para estudiar estos violentos fenómenos, los más energéticos de todo el universo. Aparentemente, la explosión era solo una más, similar a los varios centenares de ellas que el satélite ha detectado desde que entró en funcionamiento en 2004.
Satélite Swift
Sin necesidad de intervención humana, varios telescopios robóticos se pusieron en marcha al unísono en diversas zonas del globo y apuntaron a la zona indicada por Swift.
Alberto Castro-Tirado, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía, del CSIC, que lidera el equipo científico, fue uno de los astrofísicos que recibió el mensaje en su móvil. "Recibí un SMS el domingo 7 de junio por la noche y lo primero que hice fue alertar a los telescopios de Sierra Nevada y Canarias. En estos casos, lo primero es intentar localizar el fenómeno en el rango visible del espectro electromagnético, así que apuntamos de inmediato los telescopios ópticos".
Y ahí llegó la primera sorpresa. "Lo que esperábamos era encontrar una fuente luminosa puntual debilitándose, tal y como sucede cuando este tipo de acontecimientos se asocian a la muerte violenta de una estrella. Pero lo que vimos fue una fuente débil, estable, que se hacía brillante y que luego se apagaba para volverse a encender. No se trataba de la clásica postluminescencia que sigue a los estallidos de rayos gamma, sino fulguraciones aleatorias, destellos procedentes de un objeto que aumentaba su brillo hasta un factor de mil en pocos segundos. Era algo nunca se visto".
"Al estar en la dirección del plano de nuestra galaxia, se nos ocurrió la idea de que no fuera un estallido de gamma a miles de millones de años luz, sino algo único, un objeto de un tipo nunca observado, pero dentro de la Vía Láctea".
El objeto, conocido por las siglas SWIFT J195509+261406, estuvo activo durante tres días. Pero bastaron pocas horas para que a Alberto Castro-Tirado y a su equipo no le quedaran dudas de que su comportamiento era muy diferente al de otros estallidos de rayos gamma. «Durante tres días contabilizamos cuarenta destellos en el rango óptico. Algo así no se había visto nunca con anterioridad. Además, el fenómeno se produjo en el plano de nuestra propia galaxia, lo cual nos hizo sospechar, porque si hubiera estado más lejos el polvo de la Vía Láctea habría atenuado aún más la emisión óptica».
Siguieron largos meses de cálculos y observaciones. Al final, determinaron que el estallido se produjo dentro de nuestra propia galaxia a una distancia entre 15.000 y 20.000 años luz. El resultado de la investigación del equipo liderado por los científicos del CSIC se publica hoy en la revista "Nature", y es respaldado por otro estudio, que también se publica hoy, realizado sobre el mismo objeto por astrónomos del instituto alemán Max Planck para la Física Extraterrestre.
"Por sus características -explica Castro-Tirado- el objeto pertenece a una subclase de estrellas de neutrones llamadas magnetares, de las que se conocen solo una docena en nuestra galaxia. Pero, a diferencia de ellas, tras la primera emisión de rayos gamma, nuestro objeto sigue emitiendo en el óptico, que es la forma de comportarse de otra clase distinta de estrellas de neutrones. Nuestro hallazgo implica que el objeto está a caballo entre los magnetares, (jóvenes, con pocos miles de años) y las estrellas de neutrones emisoras de X débiles, mucho más viejas y con poca actividad. Se trata de un eslabón evolutivo, una fase más en el proceso de muerte de estrellas entre ocho y quince veces más masivas que el Sol".