miércoles, 2 de marzo de 2011

El primer latido de Venus

Antonio Suárez. Hace unos días me levanté antes de la hora habitual con la idea de dedicar unos minutos a la observación de Venus. Antes de dirigirme al trabajo buscaría recreo en el cielo, en una madrugada en la que el parte meteorológico auguraba estabilidad atmosférica y ausencia de nubes. No perdí tiempo en buscar un lugar aislado de la contaminación lumínica. Localicé un espacio en las afueras de la población, orientado hacia el este, que me ofrecía un cielo despejado y aceptablemente oscuro.
Venus y la Luna
a. Venus y la Luna - 1/3/2011 - 7:17 UT

Antes de montar el pequeño refractor eché un vistazo a simple vista. Venus y la Luna brillaban intensamente acaparando ambos el protagonismo de todos los astros visibles. Venus ahí estaba, precediendo al Sol, esperando a la primera luz del día y a los rojos de la aurora. Cerca del horizonte, en primera fila, para no perderse el primer espectáculo de la mañana. Y es que a Venus le gustan los amaneceres tanto como los atardeceres. No en vano, cuando corresponde, el lucero disfruta también de las últimas luces de la tarde, siguiendo siempre de cerca al Sol.
Con el telescopio ya instalado pude ver en fase al astro que lleva el nombre de la diosa romana del amor y de la belleza, aquella que en los mapas del cielo se señala con un símbolo que es una elegante representación del espejo donde se mira: un círculo con una pequeña cruz debajo que empleamos para enunciar al sexo femenino.
Las fases de Venus tal como las vio Galileo
b. Las fases de Venus tal como las vio Galileo
Venus sorprende cuando descubrimos sus fases porque nos recuerdan de inmediato a la Luna. Éstas, además de ser propias de nuestro satélite, también son características en los planetas que se encuentran en las orbitas interiores. Desde nuestra posición nunca podremos ver en fase a cualquiera de los astros que se encuentren en una órbita más alejada de la terrestre. Las fases vienen determinadas por la luz del Sol que refleja un astro hacía la Tierra en función a su posición variable en la órbita que sigue. Galileo fue el primero en observar las fases de Venus y el primero en ratificar, empíricamente, la discutida teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico. Midiendo el diámetro de Venus en sus distintas fases el pisano demostró que la Tierra no estaba en el centro del Sistema Solar. Las medidas obtenidas de Venus en conjunción superior y en conjunción inferior estaban, significativamente, distanciadas. Entonces, en 1610, no se conocía todavía que la órbita elíptica que sigue Venus es prácticamente circular.
Después de apreciar su fulgor, que en ocasiones erradamente algunas personas creen que proviene de una estrella, me acordé de la espesa capa de nubes perpetuas de su atmósfera. Nubes que han mantenido ocultos, hasta hace pocos años, los secretos del planeta más próximo a la Tierra. Nubes que ni un pequeño telescopio, ni otro gigantesco como el Gran Telescopio de Canarias (GTC) pueden atravesar para contemplar los que tras ellas se oculta: un mundo extremo con unas condiciones que impiden el desarrollo de cualquier forma de vida conocida.
Venus se encuentra del Sol a una distancia media de 108 millones de kilómetros. El segundo de los planetas rocosos, partiendo desde el Astro Rey, no tiene lunas y tampoco vistosos anillos como poseen todos los planetas gaseosos del Sistema Solar. En tamaño, masa y composición es muy similar a la Tierra, de ahí su consideración hasta mediados del siglo veinte de planeta gemelo de la Tierra, pero que presenta una realidad radicalmente distinta en cuestiones atmosféricas y térmicas. La densa atmósfera de Venus se compone, principalmente, de dióxido de carbono y una cantidad pequeña de nitrógeno. Un ambiente irrespirable que provoca un agresivo efecto invernadero que hace que se eleve la temperatura de la superficie del planeta hasta 460º C. Un lugar donde la presión atmosférica es similar a la que tendríamos que soportar si nos sumergiéramos a mil metros de profundidad en algún océano de la Tierra. Un piélago aplastante, imposible de sostener por el delicado sostén que mantiene nuestras vidas, capaz de derretir hasta el plomo. Las sucesivas misiones soviéticas de las naves Venera ofrecieron testimonios notables de este mundo inhabitable.
Hace medio siglo la inquebrantable curiosidad humana consiguió contactar de manera inequívoca con el planeta vecino, saber más de él, intimar con sus velados y recónditos secretos. De Venus todavía no se conocía ni tan siquiera la dirección de su rotación o el tiempo que emplea en completar un giro sobre su eje. Tres siglos antes, primero Christian Huygens y, poco después, Giovanni Cassini ya habían calculado el periodo de rotación de Marte. Cassini, que fue más preciso, lo fijó en 24 horas y 40 minutos tras observar con su telescopio como la mancha oscura de la región de Sirtys Major llegaba a la posición donde había comenzado su indagación. Con Venus, el maravilloso instrumento óptico que permitía fisgonear en el espacio cercano resultaba inútil.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial la tecnología de radares empleada para el seguimiento del tráfico aéreo comenzaba una nueva andadura dedicada a la exploración planetaria. Un radiotelescopio no es más que una antena que aprovecha del espectro electromagnético un rango de frecuencias mayor que el concerniente a la luz visible. Las señales que puede transmitir un radar viajan por el espacio a la velocidad de la luz con la ventaja añadida de que son capaces de atravesar hasta las nubes de Venus y llegar hasta la superficie de un cuerpo sólido. Cuando llegan, se produce un rebote, un eco de las ondas que son reflejadas al espacio y pueden ser captadas por un radiotelescopio situado en la Tierra o en el mismo espacio.
The Lincoln Laboratory Millstone Hill
c. The Lincoln Laboratory Millstone Hill
Radar Observatory, ca. 1958
La incipiente disciplina que comenzaba a aplicarse en el campo de la exploración planetaria tenía como primer objetivo con Venus detectar su eco, ese primer latido esperado de las ondas que llegó a detectarse, por primera vez, de manera inequívoca en mayo de 1961 en experimentos de radar conducidos por los laboratorios norteamericanos JPL y MIT Lincoln. Después de varios falsos positivos e infructuosos intentos se estableció el primer contacto, un logro que sirvió también para determinar la distancia de la Tierra a Venus e insistir en la estimación de la unidad de medida que se emplea para calcular las distancias en el Sistema Solar, la Unidad Astronómica, la distancia media de la Tierra al Sol. En la misma década se hicieron nuevos descubrimientos. La rotación de Venus se revela que es retrógrada (observada desde el polo norte sigue el sentido de las agujas del reloj) y es extremadamente lenta. Un día en Venus dura, nada más y nada menos, 243 días terrestres y el tiempo que tarda en su viaje alrededor del Sol es de 224,7 días. En el planeta más cercano los días son más largos que los años. Si fuera posible contemplar sus interminables amaneceres y ocasos, comprobaríamos que el recorrido aparente del Sol por el cielo de Venus es de oeste a este, al revés que en la Tierra. Caso singular entre los planetas del Sistema Solar, con la excepción del planeta Urano.
Radiotelescopio de Arecibo
d. Radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico


Mosaico de Venus - Observatorio de Arecibo
e. Mosaico de Venus.
Radiotelescopio de Arecibo
Los desarrollos en paralelo de sistemas para almacenamiento de datos y de ordenadores dedicados al procesamiento digital de las señales de radar fueron muy valiosos para la radioastronomía. El uso de modelos informáticos que convertía en imágenes las señales recibidas permitió, por primera vez, la posibilidad de contemplar una panorámica de Venus. La instalación del famoso radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico, con su impresionante plato esférico de 305 metros, obtuvo la primera imagen detallada del planeta. Y la misión Magallanes llevada a cabo entre 1989 y 1994, apoyada en una nave equipada con radares que orbitaba el planeta, de norte a sur, descubrió completamente a Venus en sus imágenes de alta resolución.
Meat Moons
f. Meat Moons de 8 km de altura,
en Aphrodite Terra


51 volcanes escudo
g. 51 volcanes escudo en Ulfrun Regio

Sólo el empeño humano ha conseguido pasear por sus planicies y mesetas, sobrevolar los volcanes escudo, recorrer los escasos pero inmensos cráteres de impacto, transitar el suelo resquebrajado y lleno de aristas de las exclusivas tesseras, reparar en los canales por donde algún día fluyó la lava y en los profundos surcos de las enormes coronas. La obstinación consiguió traspasar las nubes que ahora brillaban en el ocular del pequeño telescopio.

Bibliografía

BUTRICA, Andrew J., See the Unseen. A history of planetary radar astronomy, en The NASA History Series, 1996

DYCE, R. B., PETTENGILL G. H. y SHAPIRO I. I., Radar determination of the rotation of Venus and Mercury. The Astronomical Journal, Volumen 72, Número 3, Abril 1967

Créditos de imágenes
a. Antonio Suárez, Sevilla, 1 de marzo de 2011
b. Galileo Galilei, en Il Saggiatore, 1623
c. SMIT Lincoln Laboratory, Lexington, Massachusetts, foto número P489-128
e. D. Campbell, Cornell University
f y g. Misión Magallanes

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